Se sabe que en plena juventud propuso a uno de sus compañeros de viaje el reto de ocupar cinco holandesas sobre una lata de sardinas. El desafiado creyó que se trataba de asociaciones o variantes de textos sobre peces o litorales, Melville o Hemingway, pero no, “se trataba de contar el objeto sin apartarse de su física sombra, de su escueta realidad. Amílcar gustaba de hacer estos ejercicios, parodias de los novelistas de moda describiendo con minuciosidad un muro gangrenado, registrando las estrías de cada ladrillo, recobrando la luz exacta del día con una prosa que era el silencio y la verdad de un mundo sin efugios del corazón.”
Amilkar-U creía también que la lectura en voz alta sólo hace viva la letra del poema evocando imágenes, conceptos, experiencias que yacen en el fondo de la memoria colectiva de cada oyente. Las artes literarias de su presente necesitaban de la voz para combatir las nuevas religiones y resignaciones de los rebeldes vencidos por la cotidianidad. De allí su conflicto con Gonzaloarango, de allí su “el único intelectual del Nadaísmo soy yo”, o “Gonzalo era un beato, un escritor mediocre” y “Ginsberg me aburría mucho, se la pasaba cantando mantras y quemando incienso, diciendo que quería hacer el amor con Fidel Castro…” “Yo he sido muy racionalista, lo que más me atrae es el racionalismo”.
En los museos de San Francisco y New York y en su trato con los innumerables artistas plásticos de las dos capitales de la cultura completaría sus concepciones de la literatura como un arte visual a partir del ritmo del texto. Como los modernistas Valencia, Darío, Lugones e incluso Juan Ramón, para Amilkar-U pintura y poesía eran los otros extremos de la armonía, porque si la música es análoga a la poesía en sus emociones cantadas y rimadas, la pintura, la música y la poesía lo son en acordes y armonías del color. Quien no se inclina hacia la música y la pintura no podrá ser un auténtico poeta.
Teorías que guiaron las confecciones de muchos de los textos que le sobreviven. Una de las novelas que escribió y hoy están o desaparecidas o en poder de sus herederos, La ejecución de la estatua, ocurre en una plaza mayor, domingo, día de mercado, entre el amanecer y su crepúsculo. En trescientas carillas quien narra imagina la vida tras las ventanas que rodean la plaza. Cuando las sombras ocupan sus lugares llegan los asesinos que producen una masacre. Durante el genocidio, Edipiana, la estatua que representa la madre en todas las plazas de Colombia, es ejecutada mientras los zamuros descienden de las cumbreras de las casas sobre los basurales con la total indiferencia y el silencio de los recién interfectos.
También con la lírica, Amilkar-U estableció una suerte de Verfremdung, como quizás lo habían hecho los Modernistas al desentenderse de un entorno y realidades que encontraban despreciables para la vida y mucho más para el arte. Como Darío, nicaragüense, y Valencia, colombiano, Osorio Gómez tomó el camino del arte, invirtiendo la crónica de la realidad, creando el otro mundo que no halló en las ciudades de su juventud y en los lenguajes de sus compañeros de viaje. Por eso dijo Gonzaloarango que si bien había sido uno de los fundadores del movimiento, fue odiado y admirado hasta el fanatismo por haber erigido la ignominia en estética y degradado los valores hasta el envilecimiento, execrando lo eterno y lo inmundo, el arte y sus amigos.
Su único libro de poemas, Vana Stanza, diván selecto [1962-1984] se publicó en una edición de trescientos ejemplares un año antes de su muerte. En la breve nota introductoria que le acompaña dice que los poemas no están ordenados cronológicamente, no menciona los libros de los cuales proceden y menos recuerda que el autor había sido uno de los fundadores del Nadaísmo. 100 poemas que le han separado, como sucedió con Los poemas de la ofensa de X-504, de las facilidades y fragilidades del Nadaísmo. 100 poemas que le alejan a grandes pasos del acento y las representaciones de Mario Cataño Restrepo, José Mario Arbeláez, Gonzalo Arango Arias, Elmo Valencia o Héctor Escobar.
Vana Stanza es un recorrido memorable por los espacios de la memoria, lugar vacio para siempre de realidad, vano de carne y hueso que nos habita hasta la última hora, testigo único de nuestra marcha por la historia. Como en los poemas de Kavafis que tradujera para la revista del movimiento en los años setentas, un piso de maderas, unos candelabros, unas puertas o sus janelas serán las substancias que repasen las ausencias de la vida y del amor. Recuerdos imaginarios que nacen en las aristas del día o al momento de romperse la luz, bodegones de la carne y el placer, iluminados por surtidores y fulgores del deseo, mármoles del presente, solas presencias del desprecio por la ordinariez de la vida cotidiana, por la lujuria podrida de la infecta carne del capitalismo. El cuerpo como lugar de la ruina del mundo, fragmentos y ultrajes del destino.
“El cuerpo, ha escrito Omar Castillo, está presente en la obra de Amílcar Osorio, ya como correlato del universo, como vaso de lo coloquial, como sustancia que nos introduce en los rigores y ejercicios de la existencia, luchando entre las formas y la rutina, ofreciendo sensualidad como trasgresión a la sumisión que implica la ignorancia del cuerpo”.
Con Vana Stanza, como con Los poemas de la ofensa, la poesía llamada colombiana por fin rompe definitivamente con las tradiciones españolas, que perduraron hasta los primeros libros de los poetas de Mito, incluso en su mejor exponente, Gabriel García Márquez, deudor, sin culpa alguna, de la peor poesía del mejor poeta de Piedra y cielo, Eduardo Carranza.
Poesía, la de Vana Stanza, para ser dicha en voz alta, en los aposentos del Renacimiento o en los recintos que guardaban las damas de las cortes de amor, arte de la voz y el ojo, cadencias y compases para la pátina de los sentimientos contemporáneos, las separaciones y jugarretas del destino. Para los fiascos de los nuevos amoríos entre machos, la nueva especie y género que había invadido sin regreso el mundo del siglo que nacía entre las ruinas del Muro de Berlín y el fin del comunismo.
Los labios se entreabren y ya se ha ido el beso.
El amor no es efímero, es efímero el tiempo.
Amilkar-U murió el 12 de Febrero de 1985, al caer en las aguas de La oculta, una laguna de Jericó, donde había conocido la precaria felicidad que deparan los encuentros con quienes una vez se amó.