luÍs Cernuda

Manuel Altolaguirre puso en circulación el 1 de abril de 1936, impreso en los talleres de su Cruz y Raya, La realidad y el deseo de Luís Cernuda, uno de los libros capitales de la lírica española del siglo pasado. Valía ocho pesetas de entonces.

En una tasca de la calle Botoneras de Madrid presentó el libro Federico García Lorca, diciendo que La realidad y el deseo, le “había vencido con su perfección sin mácula con su amorosa agonía encadenada, con su ira y sus piedras de sombra. Libro delicado y terrible al mismo tiempo, como un clave pálido que manara hilos de sangre por el temblor de cada cuerda. No habrá escritor en España, de la clase que sea, si es realmente escritor, manejador de palabras, que no quede admirado del encanto y refinamiento con que Luis Cernuda une vocablos para crear su mundo poético propio." (García Lorca: Obras completas páginas 486-488).

Luís Cernuda fue uno de los más raros y singulares poetas del siglo XX. Hizo estudios de leyes y literatura en las universidades de Sevilla, (con Pedro Salinas, quien le puso en contacto con la poesía moderna francesa y los clásicos españoles) y en la de Madrid, donde conoció y trató a los miembros de la Generación de 1925.  Vivió exclusivamente de la enseñanza, trabajando en Toulouse, Glasgow, Cambridge, Londres  y varias universidades de los Estados Unidos. Durante la Guerra Civil se afilió fugazmente al Partido Comunista, en las Milicias Populares y participó en la redacción de revistas que favorecían la República, pero su colaboración fue repudiada por  funcionarios que encontraron su poesía «poco ortodoxa». Octavio Paz, que le trató a través de varios años dice que «Su intransigencia era de orden moral e intelectual: odiaba la inautenticidad (mentira e hipocresía) y no soportaba a los necios ni a los indiscretos. Era un ser libre y amaba la libertad en los otros... Fue siempre un rebelde y solitario». Juan Gil Albert, otro de los miembros de su promoción, ha dejado uno de los más vivos retratos del poeta en plena juventud:

Era esbelto, cenceño, de atezada piel, con negro pelo ceñido cual un casquete a la cabeza -como lo seguían llevando los lechuguinos del gran mundo-, y la nariz acusadamente respingona sobre un pequeño bigote retocado... Daba la impresión de precavido, de encogido por dentro, pero con la apariencia de alguien que establece distancias... No hablaba nunca de literatura y abominaba de las peñas de café. Prefería pasar por fútil y dar a la elección de una corbata, o a la preferencia por alguna Star  de moda, el carácter de seriedad suma, que otros conceden, con exclusividad, a las tareas del intelecto. Llegaba por esos vericuetos, a negar a Tolstoi y a declarar que sólo le interesaban las correrías del que iba a convertirse, por independencia de criterio -o eso nos pareció entonces-, de rey de Inglaterra, en Duque de Windsor.

El título La realidad y el deseo  alude a la idea de la vida como una fuerza devorante, el deseo, que se alimenta de sí misma pues fuera de ella no hay nada que la sacie.  La vida, tormento sin fin, como lo entendieron los románticos alemanes. El mundo ofrece al hombre, por un lado, realidad, y por el otro, moderación, convirtiendo al poeta y al lector en la víctima de los presentimientos, nunca de la realidad. Vivir será desengañarse, ir arruinando el encantamiento inicial que  ofreció la niñez y  juventud.

Paz ha propuesto una lectura del libro dividida en cuatro partes que se corresponderían con la vida del poeta: La adolescencia «los años de aprendizaje, en los que nos sorprende por su exquisita maestría»; la juventud, «momento en que descubre la pasión y se descubre a sí mismo»; la madurez, «que se inicia como una contemplación de los poderes terrenales y termina en una meditación sobre las obras humanas» y la vejez, «la voz más real y amarga».

Las primeras poesías de Cernuda están pobladas de sombras, fantasmas e intuiciones con aleteos de seres inmateriales, aéreos, ligeros, delgados en su espíritu y concreción. Poesía que no dejará de ser la voz de un solitario, uno entre el universo. Abandonado por la familia y los hombres, detestando al Otro, el poeta curará sus heridas mediante el rescate de lo olvidado, que al tomar cuerpo en el poema, dejará vacía su alma, liberándola incluso del olvido mismo. En ellos alguien se aleja, escapa, huye, deserta y vuela entre hojas, fuerzas naturales, brisas, plumas, testimoniando el paso del tiempo, la mudanza de los cuerpos y las almas, la caducidad de la vida, el envejecimiento, la corrupción y la muerte. El poeta, ansia misma de eternidad, constata que el tiempo es su verdugo y el ejercicio de la poesía, una lucha por no morir, por arrebatar a la muerte la belleza, el amor y los deseos.

A partir de Los placeres prohibidos  la voz y los asuntos de su poesía se acendran con el descubrimiento del Surrealismo y la moral gideana. Cernuda encontró en el movimiento de vanguardia francés un camino para negar las opresivas tradiciones culturales y poéticas de Occidente y en Gide, a quien leyó también por sugerencia de su maestro Salinas, la posibilidad de aceptar su homosexualidad, no como un mal o un pecado, sino como otro de los cuerpos del amor. Su lenguaje adquiere otras dimensiones, se hace irónico y amargo, hablando, desde un escenario urbano, mediocre y sin rostro, de las degradaciones del exilio y del cansancio y el asco de vivir. Fue entonces cuando escribió sus mejores poemas, como Soliloquio del farero, La gloria del poeta, Dans ma péniche, Lamento y esperanza, Niño muerto  o Impresión de destierro, cuyo tono surgirá a través de los años y el decaimiento, otra vez, en La familia, A un poeta futuro, Birds in the night  y A sus paisanos.

Se ha dicho que su poesía no brinda un tono hispánico por ser resultado de influencias inglesas y escocesas. Quizá ni lo uno ni lo otro.  Mejor es decir que su voz, que canta desde la lengua oral,  no aspira al tumulto, ni al culteranismo y la garrulería,   tan habituales en nuestras poesías desde el romanticismo. Su condición de apartado le confirmó la necesidad de escribir una poesía donde el interlocutor, de sus monólogos,  fuera él mismo, y quizás alguien más en igual condición de desamparo. Está escrita para conscientes de la soledad. Por eso sus poemas son miradas sobre el mundo, no reflexiones. Allí reside la diferencia de esta poesía, en nada equiparable siquiera con la de muchos de sus contemporáneos, tan aparentes en sus visiones y tan reiterativos en sus asuntos: ellos y España.

Mirar y esperar que la palabra atrape, es el ocio creador, según Cernuda. Nada de elucubraciones, nada de intrincados alambiques para terminar diciendo lo mismo. Ni siquiera en los poemas eróticos se deja atrapar por el pensamiento. La importancia y primacía de su poesía es notoria si tenemos en cuenta que, mientras la poesía de posguerra insistió en el tema patriótico estando roto el contacto con el público, Cernuda asumió como definitivo su extrañamiento. Se fue convirtiendo, desde América, en la figura trágica del poeta contemporáneo, llevando a cuestas su condición de homosexual, de poeta y exiliado.

El poeta -escribió en 1935- es casi siempre un revolucionario... un revolucionario que como todos los hombres carece de libertad pero que a diferencia de éstos no puede aceptar esa privación y choca innumerables veces contra los muros de su prisión.

Véase Antonio Rivero Taravillo: Luis Cernuda, Años españoles (1902-1938)/ Años de exilio (1938-1963), Barcelona, 2008/2011. Derek Harris y Luis Maristany: «La poesía de Luis Cernuda», en Poesía completa de Luis Cernuda, Madrid, 1993. Derek Harris, Luis Cernuda: a Study of the Poetry, Londres, 1973. Manuel Ulacia: Luis Cernuda: escritura, cuerpo y deseo, Barcelona, 1986. Octavio Paz: Apuntes sobre La realidad y el deseo / La palabra edificante / Juegos de memoria y olvido / La pregunta de Cernuda, en Obras completas. Vol. III, Barcelona, 1991. Philip Silver: Luis Cernuda: el poeta en su leyenda, Madrid, 1972.