La ciudad

Mientras limpio las patatas
la buena de Sichuan
¿torpe como nunca?
va colocando los platillos de arroz, nueces,
salsa picante, hojaldre, bróculi,
para que almuerce, todavía,
por tres pesos con cuarenta centavos, plus taxes.

Voy con un taxista que masca un inglés de las islas
y nada sabe de este mundo
excepto que mañana tendrá
que trabajar de nuevo,
que trabajar de noche,
que trabajar de día
y así hasta el fin.

O puede ser Regas quien venga
cuando traduce a Vallejo en medio del largo invierno
y los clientes se sacan el abrigo y lo cuelgan
y saludan y piden un suvlaki, un litro de Retsina,
unos pastelitos de almendras y saludan y conversan
con un profesor de arameo y la vieja Rae Dalven
o el cantor del bolo alimenticio,
nuestro peruano Carlos Germán Belli,
sonriente y calvo en su camisa de tortuga.

Mi sucio barrio se transforma
en el costado sur del Central Park, en alto verano,
con sus pirámides a los Padres de la Patria, que miran,
cada solsticio, la húmeda soledad de estas calles,
su olor a goma ardiente,
y los caballos, galeotes del coche,
meten la cabeza entre las zanahorias
aliviando la sed del tiempo.

New York de la miseria y la opulencia,
con tus desfiles de blancos que se quejan,
de negros que se quejan,
de amarillos que se quejan,
de nuestros hermanos que sangran
por los treinta pesos diarios
y las ilusiones rotas
y el alma quebrada en mil pedazos.

Vestida de blanco
espera a la salida del metro, sin bragas, como siempre.

El hediondo motel con su porno rayado
les vería consumir las cinco tandas de carne y agua
con que saciaban la muerta vida.

Y no volvería a verla
ni a saber de su madre enferma
y su marido que la golpeaba antes de hacer el amor,
ni a saborear sus nalgas cubiertas de un vello dorado
y el perfume de su sexo
más parecido a max factor
que a un coño importado del trópico.

Abres la puerta
y la calle San Marcos
se puebla de muchachos de pelo ensortijado
que buscan un abrigo viejo
para estar a la moda
y compran chucherías de segunda
para estar a la moda
y se cortan el pelo a lo podrido
para estar a la moda
y consumen todo lo consumible
para estar a la moda
y bailan como potros de trote
para estar a la moda
y muerden imperdibles a sus mejillas
para estar a la moda
comiendo entre cucarachas
yogur y arroz violeta y pollo tiznado de achiote
y carne de cordero de verde podredumbre
que ofrece un hindú
con la sonrisa hueca y fétida.

New York

De la comida barata
y la barata cerveza
y la vida barata.

Harold Alvarado Tenorio