De la burocracia
Amo los burócratas.
      La sola noción de su nombramiento
      los hace invulnerables.
Toda vida y destino
      les ha sido entregada
      —mientras estén allí—
      Burócratas pulidos por las ocho horas,
      los descansos y el perfume de las fiestas anuales
      de seis a ocho.
      
¿Cómo no amar sus cónyuges
      si aguardan,
      cada noche, al final de la cena,
      un nuevo temor,
      un renovado odio del jefe de división?
Tú que me lees, hermana o hermano,
      ama tu burócrata.
No sea que se convierta
      en un mal irreparable.