Buenos tiempos
En aquellos buenos tiempos tenía que visitarte de tarde, 
      cuando crecía la brisa,
      y esperar que terminaras tu primera cita con aquel,
      a quien no amabas.
Tenue recuerdo, tu casa, idéntica a todas,
      con un patio de baldosín, cuadrados verdes y rojos,
      unas macetas de geranios, las sillas de espaguetis,
      las paredes cubiertas de cal amarilla
      y el eterno marica
      —trasnochado—
      yendo de la Seca a la Meca,
      como un perro de matarife.
En aquellos buenos tiempos
      pagarte era un placer enorme.
Poder comprar un poco de tu amor,
      las múltiples caricias que cambiabas
      por diez o veinte pesos,
      verte mostrar las piernas y las nalgas
      o recordarte
      con los pantalones negros apretados a la carne,
      y el pulóver rojo que cubría tus enormes tetas,
      diosa, bella como ninguna otra, eterna hembra
      que han soñado todos a través de los siglos.
Me parece verte, verte y volver a verte
      con los labios rojos retumbando bajo el calor de las dos,
      al pie de la puerta, muerta de risa y de ganas,
      ganas, de algo que solo sabemos son ganas de vivir.
En aquellos buenos tiempos
      era bueno abrirte las piernas
      y lamerte hasta el cansancio
      y fornicarte hasta la última gota y partir.
En aquellos tiempos,
      cuando no eras la grande
      y gorda puta de hoy a quien celebro,
      memorable objeto hecho de música,
      muñeca sin rencor,
      juguete de todos los placeres,
      bella y única.
En aquellos buenos tiempos
      idos para siempre, ahora en marzo,
      cuando solo el recuerdo
      puede construir un pasado y una vida
      muerta para siempre.